Los langostines viven felices en el mar. O en su defecto, en un pequeño océano de líquido amniótico.
Para cuando el nuestro abandone su guarida y pase a su fase aeróbica, le estará esperando un entorno más bien azulado. Así se sentirá como en casa.
De eso se han encargado la Cigala, la Sofinécora y el Centollo. Pequeñas manchas azules, rebeldes a la limpieza, se lo recuerdan agazapadas tras las branquias, en las articulaciones de las pinzas y entre los pliegues del exoesqueleto.
Tanto azul junto... le está faltando ya un langostín, renacuajo, alevín!
martes, 30 de septiembre de 2008
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