domingo, 26 de abril de 2009

Encapuchado


No os creáis que es fácil sacarle fotos al langostín con todo lo que se mueve. Las que logramos subir al blog son producto de una rara combinación de suerte, reflejos y despiste o condescendencia por parte del sujeto. Detrás queda todo un Archivo Fotográfico de la Borrosidad y Fondo Documental para el Estudio de la Impericia Parental.

Por cierto, repasando veo que hay una cierta tendencia a la capucha en este niño, lo cual no sé si prefigura una inclinación a la estética hoodie o más bien a la trapense. La verdad es que entre uno y otro extremo se abre un amplio campo de inciertos futuribles, terreno propicio para el vacile y las ganas de fiesta, en el que el langostín se mueve como pez en el agua.

Y tanto que se mueve.

domingo, 19 de abril de 2009

Natalia Ginzburg sobre la educación de los hijos

Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito sino el deseo de ser y de saber.

Sin embargo, casi siempre hacemos lo contrario. Nos apresuramos a enseñarles el respeto a las pequeñas virtudes, fundando en ellas todo nuestro sistema educativo. De esta manera elegimos el camino más cómodo, porque las pequeñas virtudes no encierran ningún peligro material, es más, nos protegen de los golpes de la suerte. Olvidamos enseñar las grandes virtudes, y sin embargo, las amamos, y quisiéramos que nuestros hijos las tuviesen, pero abrigamos la esperanza de que broten espontáneamente en su ánimo, un día futuro, pues las consideramos de naturaleza instintiva, mientras que las otras, las pequeñas, nos parecen el fruto de una reflexión, de un cálculo, y por eso pensamos que es absolutamente necesario enseñarlas.

En realidad, la diferencia es sólo aparente. También las pequeñas virtudes provienen de lo más profundo de nuestro instinto, de un instinto en el que la razón no habla, un instinto al que me resultaría difícil poner nombre. Y lo mejor de nosotros está en ese mudo instinto, y no en nuestro instinto de defensa, que argumenta, sentencia, diserta con la voz de la razón.

La educación no es más que una cierta relación que establecemos entre nosotros y nuestros hijos, un cierto clima en el que florecen los sentimientos, los instintos, los pensamientos. Ahora bien, yo creo que un clima inspirado por completo en el respeto a las pequeñas virtudes hace madurar insensiblemente para el cinismo, para el miedo a vivir. Las pequeñas virtudes en sí mismas no tienen nada que ver con el cinismo, con el miedo a vivir, pero todas juntas, y sin las grandes, generan una atmósfera que lleva a esas consecuencias. No quiero decir que las pequeñas virtudes, en sí mismas, sean despreciables, sino que su valor es de importancia complementaria y no sustancial, no pueden estar solas sin las otras, y solas sin las otras son pobre alimento para la naturaleza humana. El hombre puede encontrar a su alrededor y beber del aire la manera de ejercitar las pequeñas virtudes, en medida moderada y cuando sea del todo indispensable, porque las pequeñas virtudes son de un orden muy común y difundido entre los hombres. Pero las grandes virtudes no se respiran en el aire, y deben constituir la primera sustancia de la relación con nuestros hijos, el principal fundamento de la educación. Además, lo grande puede contener también lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de la naturaleza, no puede de ninguna manera contener lo grande.

Natalia Ginzburg, Las pequeñas virtudes (Barcelona, El Acantilado), pp. 145-147.

viernes, 17 de abril de 2009

Viernes por la tarde


Por fin es viernes por la tarde y nuestro protagonista se toma un merecido respiro tras el estrés de la jornada y, por qué no decirlo, de la semana.

Al fin y al cabo, no es poca cosa tener que educar a dos adultos y enderezarles por la vía de la obediencia, el respeto a la autoridad (que en esta casa emana de abajo a arriba, esto no es ninguna tiranía, ¿eh?) y la observancia de las normas (que el langostín se va inventando sobre la marcha, aquí no hay dogmatismo, ni esclerosis programática, ni dios que se aclare).

Claro que el langostín, que es un educador de vocación y un pedagogo de raza, no escatima recursos con tal de formar, cual alfarero con la archilla, a sus atolondrados pupilos. Sus herramientas son tan ancestrales como efectivas: buenos pulmones, altísimas expectativas sobre sus educandos (como el efecto Pigmalión pero a lo bestia), severidad en la exigencia, suavidad en la apariencia, un poco de zanahoria (risitas y gorjeos) y bastante, bastante palo.

Así que mientras los-que-le-metieron-en-todo-esto se repasan bien repasadita la lección (no sabemos dónde, en este blog siempre andan como fuera de plano), nuestro héroe disfruta del descanso del guerrero actualizando su ya vasta cultura pedagógico-audiovisual (o sea, viéndose un Baby Einstein) enfundado en un juvenil atuendo, elegante a la par que informal.

Y así queda graciosamente inaugurado el fin de semana.

sábado, 4 de abril de 2009

Pensamientos de Semana Santa


"Se acerca el día en que tomaré el control de este blog y podré escribir lo que pienso de Los-que-me-metieron-en todo-esto. Pero hasta que llegue ese momento, seguiré cultivando a mi público con imágenes exclusivas para ir calentando el ambiente, y continuaré poniendo cara de bueno para no levantar sospechas..."

miércoles, 1 de abril de 2009

Un trimestre


El enano tiene tres meses y ya ha aprendido a posar.